Entiendo el lenguaje como una herramienta transmisora de contenido, pero que, a su vez, es sensible. Es por eso que siempre intento incluir en mi discurso tanto el femenino como el masculino.
Cuando en clase hablo de diseñadores y diseñadoras, o de profesionales del diseño (mejor esta opción), o de ilustradores e ilustradoras, etc. me encuentro que mi mente entra en crisis cuando hablo del impresor o impresora.
En mi cabeza veo esto:
Al final opto por hablar de la imprenta y listos.
En la imprenta
Antes del 2000 pasaba los meses de julio y septiembre en la imprenta de mis tíos (dónde después trabajé como diseñadora gráfica), retractilando, intercalando, numerando, …
Desde entonces, ya hace más de 20 años, todas las imprentas que he visitado estaban dirigidas por hombres. Los maquinistas también lo eran. Solamente en una ocasión, conocí a una maquinista offset. Fue en la imprenta de mis tíos. Era joven. No recuerdo su nombre, pero recuerdo que, aunque siempre con respeto, sus compañeros de máquina no la trataban como una de los suyos.
La pregunta que me hago ahora, pasados los años, es si ese trato era por ser mujer o por ser joven. O por ambas cosas.
La fila 0
Una vez me invitaron a la fila 0 de un debate sobre docencia en diseño. La charla era entre dos hombres. La dinamizaba un hombre. La fila 0 estaba compuesta por dos hombres y yo, una chica de unos 35 años, entonces. Siempre he pensado que mi presencia no era para subir la cuota femenina si no porque aquel tema en concreto era la parte fundamental de mi línea de investigación.
Cuando me tocó hablar empecé con que la motivación entre el alumnado era clave para su aprendizaje, blablabla. Acabé la primera frase y el ponente invitado (de unos 80 años) me preguntó “¿Y tú quien eres?”. Silencio. Yo le respondí de manera natural.
Al acabar la charla unas compañeras me hicieron ver que la pregunta de ese ponente no era curiosa. Más bien pretendía que justificase qué hacía yo allí, siendo una chica de 35 años, sin un nombre conocido en su mundo de creativos intelectuales. Yo, que siempre he sido muy inocente y no creía que los micro machismos fuesen parte de mi vida, había respondido a la pregunta como si aquel hombre estuviese realmente muy interesado en mi carrera profesional.
La ponencia quedó grabada. Nunca la quise escuchar.
En la imprenta con 23 años
Cuando, por allá 2003 (yo tenía 23 años), iba, sola, a pie de máquina, a la imprenta, a controlar el inicio de tiraje, sentía que tenía que justificar cómo una chica de 23 años podía opinar sobre si aquella zona iba con el cyan demasiado alto o si era mejor bajar el amarillo.
Pero todo ello lo atribuía a mi juventud y no tanto a mi género.
Ahora que he cumplido los 40 y las canas ya están a la vista, me gustaría ir atrás, acompañar a aquella Lluc de 23 años y decirle:
Lo estás haciendo bien. Pero también lo harías bien si fueses un hombre. Incluso si tuvieras 50 años
Sigo sin concebir que el género sea un elemento que tenga que hacer mejor o peor a una persona como profesional. Es por ello que trabajo mucho para hacer bien las cosas y creo que lo haría igual si fuese un hombre.
Aun así siempre ando con la sensación de que tengo que justificarme delante de un maquinista, un comercial o un jefe hombre que me pasa 10 años (o más) de edad.
Siempre me han tratado de manera “correcta”, pero es un tema de piel. Cada vez me pasa menos, seguramente porque empiezan a importarme menos algunas cosas.
He crecido profesionalmente rodeada de hombres, diseñadores, impresores, profesores. Aun así, cuando estudiaba diseño, la gran mayoría éramos chicas. Al dar clases se ha repetido el patrón en mis estudiantes, pero sigo echando en falta a las mujeres liderando estudios de diseño “con nombre”, en la imprenta, en la dirección de instituciones…
Suerte que cada vez hay más mujeres que alzan la voz y se hacen escuchar.
Pero, chicas, ¡aún (n)os echo en falta!